那天晚上,我记得格外清楚,就像是昨天发生的一样。
游戏打得正酣, estamos en la recta final de una partida crucial en ranked. El marcador estaba apretado, cada jugada era calculada, cada error podía costar la victoria. Llevaba horas concentrado, mis dedos volaban sobre el teclado, mi mente procesaba la información del minimapa y las habilidades de los enemigos. Podía sentir la adrenalina corriendo por mis venas, esa mezcla de tensión y emoción que solo los partidos importantes de League of Legends saben generar.
Mi novia estaba sentada a mi lado, en el sofá, supuestamente viendo una serie que le había recomendado. Al principio, todo iba bien. Ella de vez en cuando comentaba algo sobre la partida, o me preguntaba qué estaba pasando, y yo, con esa paciencia que uno desarrolla al tener que explicarle a alguien no gamer lo que es un "gank" o por qué un campeón es "op", le respondía sin perder de vista la pantalla.
Pero entonces, la partida se puso más intensa. Estábamos defendiendo nuestro nexo contra una oleada de campeones enemigos con ultis listas para ser lanzadas. El chat del juego estaba lleno de pings y llamados a la acción. Yo estaba en medio de una maniobra complicada, intentando flanquear al carry enemigo para poder eliminarlo antes de que hiciera daño. Estaba calculando el timing de mis habilidades, la distancia de mi "dash", la probabilidad de que fallara mi ultimate…
Fue en ese preciso instante, cuando mi campeón estaba a punto de realizar su movimiento decisivo, que sentí una sacudida en la mano. Mi ratón se movió bruscamente, mi cursor se descontroló. Miré hacia abajo, un poco desconcertado, pensando que quizás se había caído algo debajo de la mesa.
Y entonces lo vi.
Mi novia, con una sonrisa en la cara, estaba sosteniendo unas tijeras de cocina. Y lo más escalofriante era que el cable de mi ratón estaba… cortado. ¡Cortado por la mitad! El ratón, mi fiel compañero de batallas virtuales, ahora colgaba inerte, un trozo de cable chamuscado colgando de él.
El sonido del juego, que hasta hacía un segundo era una cacofonía de explosiones y gritos de batalla, de repente se sintió distante, como si hubiera entrado en un túnel. Mi mente tardó un segundo en procesar la imagen. Las tijeras. El cable. La expresión de ella.
Mi primera reacción fue una incredulidad absoluta. Era como si el mundo se hubiera detenido. ¿Qué… qué acababa de pasar? ¿Por qué?
La partida, por supuesto, se fue al traste. Mi campeón, sin control, fue inmediatamente rodeado y eliminado. La pantalla se llenó de la ominosa frase "¡Has sido asesinado!". Mis compañeros de equipo empezaron a preguntar qué había pasado, por qué dejé de moverme. Yo, con la boca seca, solo podía mirar el ratón destrozado y a mi novia.
La explicación que me dio, con esa tranquilidad que solo ella posee, fue algo como: "Ay, es que te veía muy tenso, y además, ese juego te quita mucho tiempo, pensé que si rompía esto, nos íbamos a acostar más temprano."
La sensación… uf, es difícil de describir.
Primero, fue una frustración indescriptible. No solo por perder la partida, que ya de por sí es molesto, sino por la forma tan abrupta y, a mis ojos en ese momento, absurda en que sucedió. Sentí que todo mi esfuerzo, mi concentración, mi estrategia, se esfumaron en un segundo por un acto que, si bien venía de una intención que ella creía buena, era un despropósito total. Era como estar a punto de marcar un gol de chilena y que el portero te lance una cáscara de plátano en el pie.
Luego vino la confusión mezclada con una pizca de indignación. "¿En serio? ¿Con unas tijeras? ¿En medio de la partida?" Era una pregunta que resonaba en mi cabeza, pero que no me atrevía a formular en voz alta, porque la veía ahí, con esa cara de "ya he solucionado un problema", y yo sabía que lo que estaba a punto de empezar era otro.
También sentí una profunda decepción. Ver mi ratón, mi herramienta de trabajo virtual, destrozado de esa manera, me hizo sentir como si hubieran profanado algo sagrado para mí. Era como si alguien rompiera tu instrumento favorito sin más.
Pero lo más complejo fue la lucha interna entre el enfado y el amor. Por un lado, quería gritar, reclamar, preguntar cómo podía hacer algo así. Quería explicarle, una vez más, cuánto significaba para mí ese juego, y la importancia de tener una herramienta que funcione. Quería que entendiera el impacto de sus acciones. Por otro lado, era mi novia. La amaba, y sabía que su intención, por torpe que fuera, no era hacerme daño. Era una forma desastrosa de intentar "ayudarme" o "controlarme".
Así que me quedé sentado, mirando el ratón roto, el juego perdido, y a ella esperándome con esa sonrisa. El silencio que siguió fue denso, cargado de cosas no dichas. Sentí una mezcla de querer reírme de lo surrealista de la situación, pero al mismo tiempo, una profunda tristeza por el malentendido y la falta de comunicación.
Esa noche, la partida se terminó, la frustración quedó ahí, y mi ratón se fue a la basura. Pero la conversación que tuvimos después, sobre límites, comunicación y cómo expresar preocupaciones sin recurrir a actos drásticos, esa fue mucho más larga y, espero, más productiva que cualquier partida de League of Legends. Aunque debo admitir que, durante un buen tiempo, cada vez que veía unas tijeras de cocina, sentía un escalofrío.